Viernes, 26 de Abril de 2024
Como lluvia en la cara
Jueves, 16 de diciembre de 2010
Como lluvia en la cara


Como si estuviera planeado en un vuelo imaginario, me remonto en un barrilete con forma de acordeón para ver desde donde y hasta donde ha llegado esta “musiquita”…

Los guaraníes, allá por no se bien que año, pero hace mucho mucho, danzaban su música sagrada, al son de sus propias voces y algún que otro acompañamiento seguramente mas de percusión que otra cosa; me imagino un momento así, allá en aquellas selvas vírgenes de entonces, llenando los oídos y los corazones de esa melodía, rítmica, cadenciosa que invitaba al baile sin ninguna duda, porque entonces lo sagrado no era símbolo ni señal de algo rígido, dogmatico, sino completamente natural y puro sentimiento…

Es que el pueblo guaraní, se diferenciaba notablemente de todos los demás que fueron conocidos por sus guerras, por su intrepidez o resistencia a la conquista, los guaraníes eran pacíficos y tenían un oído y una pasión por la música que los llevo a destacarse como los mejores maestros cuando  los jesuitas llegaron con su bagaje de enseñanzas entre las que se encontraba un mismo amor por la música. En ese momento lo mejor de Europa vino con ellos, y los guaraníes no tardaron en fusionarse con toda aquella maravilla, que en un principio los cautivó desde la magia del órgano…

Agüita fresca comenzó a caer en la Tierra Sin Mal, y como una semilla se dispersó, se transformó, se enredó como las campanitas del monte en los tobillos de todos los habitantes de esta región, y a  pesar de las persecuciones, de todas las ruinas y destrucciones de cada reducción jesuítica fue sufriendo, porque no cumplían con el verdadero rol que les habían asignado –los europeos no toleraban ningún tipo de expresión fuera de sus intereses colonialistas y además preferían destruir toda esa obra antes que perder el suministro de esclavos- por lo que para 1768, el Rey Carlos III mandó a expulsar a aquellos que ya nunca más dejarían de ser parte de la vida y la historia de nuestra música y nuestra Fe…

Lo demás vino por “añadidura”, se mantuvo casi en secreto, fue parte de lo más íntimo de las familias y gauchos de entonces, se enraizó como medio de expresión genuino reflejando siempre la tristeza o la alegría, la nostalgia o el encuentro, la vida y la muerte. Se hizo leyenda y se hizo voz de los que no tenían otra forma de expresarse y creció a la sombra de otros ritmos, humilde pero receloso, guardián de todo lo que encierra el corazón de un nativo de estas tierras y desde la letanía de los “arandú” se supo que el Chamamé tiene “payé”, para quien lo escucha y lo conoce ya no puede alejarlo de su corazón y quien lo baila, desde ese momento, lo lleva para siempre prendido a los tobillos…

Chamamé! Si te habrán cantado… Después vino la “fama”. Es que no podía ser de otra manera, tarde o temprano alguien se daría cuenta de cuanto valor tenían aquellas notas tan particulares. Para hacerlas más “caté” le pusieron pianos y orquestas que le daban un toque más ciudadano, los salones se llenaban de gente deseosa de escuchar y bailar y fueron apareciendo los estilos, inconfundibles, ricos, básicos y generosos de los “pilares” indiscutidos, cada uno con sus adeptos y fanáticos: Mario del Transito Cocomarola, Ernesto Montiel; Tarragó Ros, Isaco Abitbol entre los más renombrados, pero son tantos y tan grandes como numerosos los que han dado paginas inolvidables, del mejor Chamamé, que quien sabe cuantos números de esta revista pretensiosa tendremos que escribir para juntarlos a todos y sacarlos una vez más a la luz, al conocimiento de todos aquellos que nos los pudieron conocer o disfrutar…

Pero saben que? ... Yo sigo prefiriendo escuchar un chamamecito bien sentido, tocado apenas con un dos hileras y un mbaracá encintado y lustroso, una tardecita bajo el alero de un rancho bien correntino, o entrerriano, o chaqueño, tal vez santafecino o santiagueño, incluso algún barrio o villa porteño donde el pago no se olvida, o hasta una “parcería” brasileña… un chamamecito en estos tiempos, donde todo parece más difícil y solo en sus acordes volvemos a renacer, como si después de todo, la música nos cayera como lluvia en la cara…

 

Silvia Muñoz Velcheff - Presidente de la Fundación Chamamé -

Revista Corrientes es Chamamé - III Edición - Año 2009



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